RELATOS CUENTOS

¡UN BRINDIS POR DOÑA INMACULADA! Manuel Méndez Guerrero


Doña Inmaculada de los Campos Floridos condesa de Levante, mandó edificar su panteón imitando a una de las obras más importantes de la historia de la arquitectura, el Panteón de Agripa en Roma, que fue construido en el año 27 a.C. por mandato de Agripa, un ministro del emperador Augusto.

Por el amor a doña Inmaculada ¿Cuántas veces traspasé el espectacular pórtico rectangular de columnas y arrodillado, bajo la inmensa cúpula, lloré su ausencia? Innumerables, tantas que es imposible de recordar.

Arropado por románticos recuerdos y etéreas transparencias que fluían de la cubierta, depositaba a los pies de su féretro un magnífico ramo de rosas y claveles rojos, escarchadas con lágrimas de amor. A esta emocionada ceremonia me acompañaba un cortejo de amigos y amigas de doña Inmaculada, todos vestidos de rojo y negro. Colores mágicos y hermosos como la vida misma, según la opinión de mí añorada señora.

Me acuerdo cuando asistimos al cumpleaños de su amigo, el Conde de Salvatierra. Doña inmaculada opinaba que para estas celebraciones no había colores más adecuados que aquellos que representaban la noche y los celos, la pasión y la vida: el negro y el rojo. Acudimos a la fiesta con atuendos elegantemente conjuntados con sus tonos preferidos. La condesa al vernos vestidos de forma tan estrafalaria, reaccionó airadamente y rompió a llorar. Sin apenas saludarnos y, entre sollozo y sollozo, solicitó a sus lacayos que nos echaran del palacio, pues le recordábamos a los cuervos, aquellos pájaros de triste reputación, que malvivían en el cercano cementerio.

A pesar de gustarle hasta la exageración –casi enfermiza- el negro y el rojo, era una persona entrañable y generosa que terminó por hacernos partícipes de su pasión hasta tal punto que prácticamente vivíamos en su casa. Los desayunos, comidas, meriendas y cenas eran apoteósicos y muy coloridos. La fina vajilla, de la real fábrica de porcelana del Buen Retiro del siglo XVIII, estaba finamente decorada con orlas rojas sobre fondo negro. Comentaba que este diseño, de estilo neoclásico, representaba la vida y la pasión de Jesús. Era muy original comer en esta vajilla y en un palacio decorado al estilo Luis XIV que destacaba por su suntuosidad decorativa (paredes pintadas de negro y decorada con cenefas rojas) que imitaba al ambiente protocolario y solemne de la corte francesa de la segunda mitad del siglo XVII. Una muestra excelente de la divina creatividad de la condesa de Levante.

En una de las espléndidas cenas, un atrevido admirador, le preguntó los motivos de su adoración por el color rojo. Doña Inmaculada, herida en sus sentimientos, optó por el silencio como respuesta a tan indiscreta interrogación. Solicitó a sus sirvientes una cuchilla y sin inmutarse, se hizo un ligero corte en la mano. Brotó de ella un fino hilo de sangre que resbaló, elegantemente, sobre una inmaculada servilleta de lino. Después de unos segundos de sepulcral sorpresa, el indiscreto preguntón y los invitados le brindamos un espectacular aplauso. Por cierto, esa servilleta la tengo enmarcada. Es una verdadera obra de arte, representa la vitalidad y el genio. Así era nuestra querida amiga y anfitriona.

Hoy como en los mejores tiempos nos reunimos en su palacio, para rememorar su pasión por la vida y sus colores preferidos. En su homenaje hemos incorporado una noble y emblemática bebida con un magnífico color rojo carmesí: vino de la Toscana, muestra por excelencia de la gran expresión mediterránea, mezcla de cabernet, sauvignon y merlot.

Deseo dejar constancia que los veinte amigos hacemos un enorme esfuerzo, por su dolorosa ausencia, para reunirnos todos los fines de semana en los espléndidos salones Luis XIV (desde el jueves hasta el martes siguiente que nos despedimos con un delicioso desayuno). Nos acompaña, para dar testimonio de este homenaje, el abogado y administrador de su testamento que, después de vencer sus iniciales e infundados recelos, comparte con nosotros (especialmente con la “Sangre de Júpiter”) el sempiterno homenaje a su colorido recuerdo (¡mientras dure el dinero!)

Por favor ¡un brindis! por doña Inmaculada de los Campos Floridos condesa de Levante.

Publicado en BARCAROLA, revista de Creación literaria, número 68-69, noviembre 2006. www.barcaroladigital.com

EL QUIJOTE ENTRE TODOS. Capítulo VII. Manuel Méndez Guerrero


En homenaje a Isabel Fernández Morales. Casa de La Torre El Toboso (Toledo)

Viajar por el mundo fue mi gran sueño... ¡felizmente realizado! y don Quijote de la Mancha el mentor de mi ambicioso proyecto. Recuerdo aún las emocionadas e interesadas interpretaciones que hacía del Quijote en los inicios de mi particular aventura. De esas agradables y maratonianas sesiones de placentera lectura recuerdo con especial cariño un capítulo que me impresionó y marcó mi vida de forma especial: De lo que pasó don Quijote con su escudero, con otros sucesos famosísimos. Don Quijote desea con locura, nunca mejor dicho -y por tercera vez- emprender una nueva aven­tura, pero ha de enfrentarse con la cariñosa incomprensión de sus seres queridos -el ama- y del planteamiento económico -realista a todas luces- de su escudero Sancho Panza. Situaciones de las que sale airoso gracias a la inesperada y oportuna intervención del bachiller Sansón Carrasco, y a su aguda percepción de la realidad y profundo conocimiento de los sentimientos humanos.

En mi andadura por los tortuosos y difíciles caminos de la vida he podido constatar que hay gentes maravillosas que son fieles seguidores del Quijote. Actualmente, en los albores del tercer milenio, una ilustre manchega, ha sido capaz, con tozudez, valentía y una pequeña dosis de locura, de emprender felicísimas aventuras. ¡Qué mejor homenaje al Quijote que relatar una bella historia acaecida en la Mancha!

Aventuras nunca imaginadas

La magia existe y reposa agazapada en nuestros corazones. Hay momentos en nuestras vidas, que esta poderosa energía, sin saber muy bien por qué, fluye con fuerza por nuestras venas y hace posible que todo, absolutamente todo, se transforme maravillosamente, permitiéndonos emprender aventuras nunca ima­ginadas.

Esto debió pensar nuestra heroína, cuando, un buen día, sintió en su interior el fluir revitalizador de la magia. Sabía que muy pronto, algo nuevo e importante ocurriría. Extasiada ante la posibilidad de emprender nuevas “locuras”, en un rito místico, se asomó a la pequeña ventana del comedor, quería contemplar una vez más, una imagen entrañable: los molinos de viento. Estos, erguidos sobre la colina, reflejaban las brillantes y doradas luces del amanecer. Los vio más hermosos que nunca.

Sin pensarlo dos veces, salió presurosa a la calle y no paró hasta tropezar con los molinos. Sobre su cabeza, las poderosas aspas batían el aire, como queriendo espantar a sus enemigos, los “devoradores de sueños”. Allí, lejos de las miradas de la familia, se encontraba a gusto. Sabía que sus pensamientos más íntimos sólo serían escuchados por el viento y ... por su corazón.

Pero su inesperada ausencia y su notable cambio no pasó desapercibida en la casa. Todos barruntaron notables acontecimientos y se prepararon, como en otras dos ocasiones, para contener, en la medida de lo posible, a que la soñadora diese rienda suelta a su imaginación. Inútil medida, porque nuestro personaje rebosaba imaginación y vitalidad suficiente, como para recabar a su alrededor generoso apoyo a sus planes aventureros.

Ajena a las maquinaciones de amigos y familiares, viajó al Toboso. Estaba segura que, con la energía que manaba desde lo más profundo de su ser, podía iniciar una nueva y maravillosa aventura. Y no se equivocaba, cuando las recon­fortantes sombras del atardecer empezaban a cubrir las nobles casonas, tropezó con su destino. Un portón entreabierto le invitaba a entrar en el mundo de sus sueños. En el patio de la casona, comprendió que la magia de la vida es hacer realidad la vida misma...la utopía.

Cuentan las crónicas, que la «Casa de la Torre» en el Toboso, la regentó durante muchos años y con gran felicidad, una soñadora digna seguidora del Quijote y, que en algún lugar de la casona, donde los recuerdos se graban con amor, hay una placa en la que rinde homenaje a su fiel escudero y aquellos que le animaron y le siguieron en su notable aventura.

Publicado en el libro EL QUIJOTE ENTRE TODOS, segunda parte, 1999. Editorial AACHE. www.aache.comIsabel Fernández Morales www.casadelatorre.com


UN REGALO MUY ESPECIAL.
 
Manuel Méndez Guerrero

¡Señorita! ¡Señorita, por favor!, suplicaba la anciana, mientras que con su mano temblorosa señalaba un enorme peluche que se encontraba en el mostrador. Deseaba llamar la atención de alguna dependienta, pero era inútil. El local se encontraba abarrotado de padres, que nerviosos, pugnaban por comprar los juguetes de moda para sus retoños.

La anciana desesperada por alcanzar su regalo, se subió a una pequeña escalera y ¡horror! … ¡resbaló! Felizmente, los peluches la acogieron con cariño entre sus mullidos brazos. Del morrocotudo susto se quedó quieta.

Un grupo de niños, ignorados por la fiebre consumista de sus padres, se refugiaron a un costado de las estanterías. Jugaban con los peluches cuando, extrañados, se percataron del nuevo y desconocido “juguete”, no recordaban haber visto nada igual en los anuncios de la televisión. Sin pensarlo dos veces, la cargaron en el carro de la compra y, sorteando las enormes colas, pagaron lo que marcaba las etiquetas. Toda una ganga, pensaron los pequeños.

Han pasado muchos años y aún hoy, se recuerda con emoción, cuando en un pueblo de la sierra descubrieron que los niños vivían felices con un juguete muy especial, una abuelita.

Publicado en la revista Vivir con Júbilo, Especial Navidad, 2002.


EL GOL.
Manuel Méndez Guerrero

Don Carlos seguía el partido con especial atención. Su nieto formaba parte del equipo juvenil del Real Madrid y cada vez que chutaba a portería, su corazón, curtido por mil batallas, se aceleraba con fuerza.

Alborozado por el ritmo trepidante del juego, no paraba de animar al equipo de su “pequeño”. En su juventud, recordaba con emoción, la pelota era de trapo y el campo de fútbol…un páramo, y cuando el árbitro anunciaba el inicio del partido, las pe­nurias, que eran muchas, corrían ligeras a esconderse.

Ensimismado en sus memorias se le escapó el gol de la victoria. La vida, por unos instantes, se detuvo. Se cruzaron miradas y su intuición, al fin, se vio recompensada. Una ráfaga de satisfac­ción envolvió sus sentidos. No podía ser otro el autor del gol... ¡mi nieto! 

 Publicado en la revista Vivir con Júbilo, Especial Navidad, 2002.


UNA CADENA DE AMOR.
Manuel Méndez Guerrero

Don Pedro nunca faltaba a su cita. Se detenía ante al escaparate de la joyería y observaba con especial afecto una pequeña gargantilla. Al cabo de un buen rato entraba y dirigiéndose a doña Rosa, la pro­pietaria, le pedía formalmente que se la reservara. Se acercaba el cumpleaños de su esposa  y esa delicada joya sería su regalo. Doña Rosa, afectuosamente le aseguraba que no la vendería y que mientras tanto la podía contemplar en su escaparate. Con este solemne compromiso, don Pedro reemprendía feliz su lento paseo por el barrio.

Con los años, la joyería se traspasó y se reformó totalmente, pero en el nuevo y espléndido escaparate continuó expuesta aquella joya. Doña Rosa le había ro­gado al nuevo propietario que jamás retirara esa pequeña cadena. Al atardecer, nuestro entrañable personaje, como de costumbre, acudía a contemplarla y aunque el tiempo le había cubierto de una pátina de intensos recuerdos y dolorosas ausencias, aún tenía fuerzas para entrar en la joyería. Con emoción aseguraba a la dependienta que su esposa, algún día, luciría feliz aquella entrañable joya...

Publicado en la revista Vivir con Júbilo, Especial Navidad, 2002.

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