RELATOS CUENTOS
¡UN BRINDIS POR DOÑA INMACULADA! Manuel Méndez Guerrero
Por el amor a doña Inmaculada ¿Cuántas veces traspasé el
espectacular pórtico rectangular de columnas y arrodillado, bajo la inmensa
cúpula, lloré su ausencia? Innumerables, tantas que es imposible de recordar.
Arropado por románticos recuerdos y etéreas transparencias
que fluían de la cubierta, depositaba a los pies de su féretro un magnífico
ramo de rosas y claveles rojos, escarchadas con lágrimas de amor. A esta
emocionada ceremonia me acompañaba un cortejo de amigos y amigas de doña
Inmaculada, todos vestidos de rojo y negro. Colores mágicos y hermosos como la
vida misma, según la opinión de mí añorada señora.
Me acuerdo cuando asistimos al cumpleaños de su amigo, el
Conde de Salvatierra. Doña inmaculada opinaba que para estas celebraciones no
había colores más adecuados que aquellos que representaban la noche y los
celos, la pasión y la vida: el negro y el rojo. Acudimos a la fiesta con
atuendos elegantemente conjuntados con sus tonos preferidos. La condesa al
vernos vestidos de forma tan estrafalaria, reaccionó airadamente y rompió a
llorar. Sin apenas saludarnos y, entre sollozo y sollozo, solicitó a sus
lacayos que nos echaran del palacio, pues le recordábamos a los cuervos,
aquellos pájaros de triste reputación, que malvivían en el cercano cementerio.
A pesar de gustarle hasta la exageración –casi enfermiza-
el negro y el rojo, era una persona entrañable y generosa que terminó por
hacernos partícipes de su pasión hasta tal punto que prácticamente vivíamos en
su casa. Los desayunos, comidas, meriendas y cenas eran apoteósicos y muy
coloridos. La fina vajilla, de la real fábrica de porcelana del Buen Retiro del
siglo XVIII, estaba finamente decorada con orlas rojas sobre fondo negro.
Comentaba que este diseño, de estilo neoclásico, representaba la vida y la
pasión de Jesús. Era muy original comer en esta vajilla y en un palacio
decorado al estilo Luis XIV que destacaba por su suntuosidad decorativa
(paredes pintadas de negro y decorada con cenefas rojas) que imitaba al
ambiente protocolario y solemne de la corte francesa de la segunda mitad del
siglo XVII. Una muestra excelente de la divina creatividad de la condesa de
Levante.
En una de las espléndidas cenas, un atrevido admirador, le
preguntó los motivos de su adoración por el color rojo. Doña Inmaculada, herida
en sus sentimientos, optó por el silencio como respuesta a tan indiscreta
interrogación. Solicitó a sus sirvientes una cuchilla y sin inmutarse, se hizo
un ligero corte en la mano. Brotó de ella un fino hilo de sangre que resbaló,
elegantemente, sobre una inmaculada servilleta de lino. Después de unos
segundos de sepulcral sorpresa, el indiscreto preguntón y los invitados le
brindamos un espectacular aplauso. Por cierto, esa servilleta la tengo
enmarcada. Es una verdadera obra de arte, representa la vitalidad y el genio.
Así era nuestra querida amiga y anfitriona.
Hoy como en los mejores tiempos nos reunimos en su palacio,
para rememorar su pasión por la vida y sus colores preferidos. En su homenaje
hemos incorporado una noble y emblemática bebida con un magnífico color rojo
carmesí: vino de la Toscana, muestra por excelencia de la gran expresión
mediterránea, mezcla de cabernet, sauvignon y merlot.
Deseo dejar constancia que los veinte amigos hacemos un
enorme esfuerzo, por su dolorosa ausencia, para reunirnos todos los fines de
semana en los espléndidos salones Luis XIV (desde el jueves hasta el martes
siguiente que nos despedimos con un delicioso desayuno). Nos acompaña, para dar
testimonio de este homenaje, el abogado y administrador de su testamento que,
después de vencer sus iniciales e infundados recelos, comparte con nosotros
(especialmente con la “Sangre de Júpiter”) el sempiterno homenaje a su colorido
recuerdo (¡mientras dure el dinero!)
Por favor ¡un brindis! por doña Inmaculada de los Campos
Floridos condesa de Levante.
Publicado en BARCAROLA, revista de Creación literaria, número 68-69, noviembre 2006. www.barcaroladigital.com
EL QUIJOTE ENTRE TODOS. Capítulo VII. Manuel Méndez Guerrero
En homenaje a Isabel Fernández Morales. Casa de La Torre El Toboso (Toledo)
Viajar por el mundo fue mi gran sueño... ¡felizmente
realizado! y don Quijote de la Mancha el mentor de mi ambicioso proyecto.
Recuerdo aún las emocionadas e interesadas interpretaciones que hacía del
Quijote en los inicios de mi particular aventura. De esas agradables y
maratonianas sesiones de placentera lectura recuerdo con especial cariño un
capítulo que me impresionó y marcó mi vida de forma especial: De lo que pasó
don Quijote con su escudero, con otros sucesos famosísimos. Don Quijote desea
con locura, nunca mejor dicho -y por tercera vez- emprender una nueva
aventura, pero ha de enfrentarse con la cariñosa incomprensión de sus seres
queridos -el ama- y del planteamiento económico -realista a todas luces- de su
escudero Sancho Panza. Situaciones de las que sale airoso gracias a la
inesperada y oportuna intervención del bachiller Sansón Carrasco, y a su aguda
percepción de la realidad y profundo conocimiento de los sentimientos humanos.
En mi andadura por los tortuosos y difíciles caminos de la
vida he podido constatar que hay gentes maravillosas que son fieles seguidores
del Quijote. Actualmente, en los albores del tercer milenio, una ilustre
manchega, ha sido capaz, con tozudez, valentía y una pequeña dosis de locura,
de emprender felicísimas aventuras. ¡Qué mejor homenaje al Quijote que relatar
una bella historia acaecida en la Mancha!
Aventuras nunca imaginadas
La magia existe y reposa agazapada en nuestros corazones.
Hay momentos en nuestras vidas, que esta poderosa energía, sin saber muy bien
por qué, fluye con fuerza por nuestras venas y hace posible que todo,
absolutamente todo, se transforme maravillosamente, permitiéndonos emprender
aventuras nunca imaginadas.
Esto debió pensar nuestra heroína, cuando, un buen día,
sintió en su interior el fluir revitalizador de la magia. Sabía que muy pronto,
algo nuevo e importante ocurriría. Extasiada ante la posibilidad de emprender
nuevas “locuras”, en un rito místico, se asomó a la pequeña ventana del
comedor, quería contemplar una vez más, una imagen entrañable: los molinos de
viento. Estos, erguidos sobre la colina, reflejaban las brillantes y doradas
luces del amanecer. Los vio más hermosos que nunca.
Sin pensarlo dos veces, salió presurosa a la calle y no
paró hasta tropezar con los molinos. Sobre su cabeza, las poderosas aspas
batían el aire, como queriendo espantar a sus enemigos, los “devoradores de
sueños”. Allí, lejos de las miradas de la familia, se encontraba a gusto. Sabía
que sus pensamientos más íntimos sólo serían escuchados por el viento y ... por
su corazón.
Pero su inesperada ausencia y su notable cambio no pasó
desapercibida en la casa. Todos barruntaron notables acontecimientos y se
prepararon, como en otras dos ocasiones, para contener, en la medida de lo
posible, a que la soñadora diese rienda suelta a su imaginación. Inútil medida,
porque nuestro personaje rebosaba imaginación y vitalidad suficiente, como para
recabar a su alrededor generoso apoyo a sus planes aventureros.
Ajena a las maquinaciones de amigos y familiares, viajó al
Toboso. Estaba segura que, con la energía que manaba desde lo más profundo de
su ser, podía iniciar una nueva y maravillosa aventura. Y no se equivocaba,
cuando las reconfortantes sombras del atardecer empezaban a cubrir las nobles
casonas, tropezó con su destino. Un portón entreabierto le invitaba a entrar en
el mundo de sus sueños. En el patio de la casona, comprendió que la magia de la
vida es hacer realidad la vida misma...la utopía.
Cuentan las crónicas, que la «Casa de la Torre» en el
Toboso, la regentó durante muchos años y con gran felicidad, una soñadora digna
seguidora del Quijote y, que en algún lugar de la casona, donde los recuerdos
se graban con amor, hay una placa en la que rinde homenaje a su fiel escudero y
aquellos que le animaron y le siguieron en su notable aventura.
Publicado en el libro EL QUIJOTE ENTRE TODOS, segunda parte, 1999. Editorial AACHE. www.aache.com. Isabel Fernández Morales www.casadelatorre.com
UN REGALO MUY ESPECIAL. Manuel Méndez Guerrero
¡Señorita! ¡Señorita, por favor!, suplicaba la anciana,
mientras que con su mano temblorosa señalaba un enorme peluche que se
encontraba en el mostrador. Deseaba llamar la atención de alguna dependienta,
pero era inútil. El local se encontraba abarrotado de padres, que nerviosos,
pugnaban por comprar los juguetes de moda para sus retoños.
La anciana desesperada por alcanzar su regalo, se subió a
una pequeña escalera y ¡horror! … ¡resbaló! Felizmente, los peluches la
acogieron con cariño entre sus mullidos brazos. Del morrocotudo susto se quedó
quieta.
Un grupo de niños, ignorados por la fiebre consumista de sus
padres, se refugiaron a un costado de las estanterías. Jugaban con los peluches
cuando, extrañados, se percataron del nuevo y desconocido “juguete”, no
recordaban haber visto nada igual en los anuncios de la televisión. Sin
pensarlo dos veces, la cargaron en el carro de la compra y, sorteando las
enormes colas, pagaron lo que marcaba las etiquetas. Toda una ganga, pensaron
los pequeños.
Han pasado muchos años y aún hoy, se recuerda con emoción,
cuando en un pueblo de la sierra descubrieron que los niños vivían felices con
un juguete muy especial, una abuelita.
Publicado en la revista Vivir con Júbilo, Especial Navidad, 2002.
EL GOL. Manuel Méndez Guerrero
Don Carlos seguía el partido con especial atención. Su nieto formaba parte del equipo juvenil del Real Madrid y cada vez que chutaba a portería, su corazón, curtido por mil batallas, se aceleraba con fuerza.
Alborozado por el ritmo trepidante del juego, no paraba de animar al equipo de su “pequeño”. En su juventud, recordaba con emoción, la pelota era de trapo y el campo de fútbol…un páramo, y cuando el árbitro anunciaba el inicio del partido, las penurias, que eran muchas, corrían ligeras a esconderse.
UNA CADENA DE AMOR. Manuel Méndez Guerrero
Don Pedro nunca faltaba a su cita. Se detenía ante al escaparate de la joyería y observaba con especial afecto una pequeña gargantilla. Al cabo de un buen rato entraba y dirigiéndose a doña Rosa, la propietaria, le pedía formalmente que se la reservara. Se acercaba el cumpleaños de su esposa y esa delicada joya sería su regalo. Doña Rosa, afectuosamente le aseguraba que no la vendería y que mientras tanto la podía contemplar en su escaparate. Con este solemne compromiso, don Pedro reemprendía feliz su lento paseo por el barrio.
Con los años, la joyería se traspasó y se reformó totalmente, pero en el nuevo y espléndido escaparate continuó expuesta aquella joya. Doña Rosa le había rogado al nuevo propietario que jamás retirara esa pequeña cadena. Al atardecer, nuestro entrañable personaje, como de costumbre, acudía a contemplarla y aunque el tiempo le había cubierto de una pátina de intensos recuerdos y dolorosas ausencias, aún tenía fuerzas para entrar en la joyería. Con emoción aseguraba a la dependienta que su esposa, algún día, luciría feliz aquella entrañable joya...
Publicado en la revista Vivir con Júbilo, Especial Navidad, 2002.
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